En una de las zonas más entrañables del centro de nuestra capital mexicana, La Lagunilla, lugar de folklore y tradición, se encuentra la Galería Eugenio, el palacio de las máscaras, edificio enigmático habitado por la plasticidad y la historia; en pocas palabras, un lugar que emana magia.
Con una colección de aproximadamente 7 mil máscaras y abierta de las 11:00 a las 18:00 hrs., la Galería Eugenio, ubicada en la calle de Allende Nº 84, abre sus puertas gratuitamente a todo aquel visitante ávido de un lugar que estimule cada uno de sus sentidos, sin duda, una exposición plástica distinta a las demás.
Un viaje al palacio de las Máscaras
El día comienza muy temprano y después de meter las armas de batalla periodística a mi mochila, grabadora y cámara, emprendo el viaje. La ruta: la línea 2 del metro; mi destino: el Centro Histórico. El recorrido fue de nueve estaciones, partiendo de Portales a Allende, por fin se abren ante mí las calles céntricas de nuestra capital. Doblo a la izquierda en la calle de Allende, no hay tiempo que perder, la cita de hoy es diferente, mi cita es con la tradición y la magia, con el palacio de las máscaras.
Una que otra mala palabra me da la bienvenida a la zona de La Lagunilla, brava y pintoresca por tradición. Entre gente que se esfuerza y trabaja, puestos de tamales en cada esquina y rasgos de la pobreza característica de nuestros tiempos, se deja ver la entrada del palacio de las máscaras. La puerta es grande y vieja, da la impresión que en cualquier momento caerá víctima del peso de cada uno de los recuerdos que en ella viven desde el porfiriato.
Cordial como en todas mis visitas al bello lugar, me recibe Mario Badillo Sosa, quien, tras la muerte de su tío, Eugenio Sosa fundador del lugar, pasa a ser el encargado de la galería. Mario me platica que en exposición hay mascaras de toda la República mexicana, esencialmente del estado de Guerrero, de donde era oriundo su tío Eugenio. Gran parte de la colección son regalos que le gente del pueblo le hacía a don Eugenio en agradecimiento por la ayuda económica que éste daba a la dolida población guerrerense. Su fundador preocupado por la educación y el arte de su nación, siempre quiso que la entrada a la galería fuera gratuita como manera de fomentar la apreciación de nuestro arte popular mexicano, es por eso que hoy en día la entrada es totalmente libre.
Mario Badillo Sosa y Ricardo Hernández Valenzuela
La manutención económica del lugar se da gracias a la venta de las máscaras que oscilan entre los 500 y 10,000 pesos, ya que las máscaras están hechas de madera, hoja de plata y oro, sin dejar a un lado su valor artístico y cultural. Mario nos comentó: “es penoso que la mayoría de nuestros compradores sean extranjeros, el mexicano no aprecia su propio arte popular”. Le gustaría que el gobierno de la ciudad diera más difusión al lugar, así como espacios para llevar la exposición, agregó.
No es de extrañarse que artistas de la talla de Marcel Marceau, Diego Rivera, y Marilyn Monroe por mencionar a algunos de sus distinguidos visitantes, se hayan visto atrapados por un lugar en el que parece que el tiempo no ha pasado, en cada rincón se respira el México antiguo, cada pared y puerta se encuentran tal y como don Eugenio las dejó; el olor a humedad y el aspecto rústico que el tiempo ha dado a la edificación es el principal motor del cúmulo de sensaciones que en este lugar se viven.
La visita ha terminado y tras casi dos horas de charla y caminata con Mario, es tiempo de dejar el lugar que por un momento hace olvidar la realidad de un México que se ahoga en el mundo de los compromisos, de la cotidianidad, de la economía. Guardo mi cámara y grabadora, mis únicos testigos materiales, pero en mi mente llevo el recuerdo de que tras esa inmensa nube de humo gris, en México aún hay lugares en los que la educación, el sentimiento de ayudar a los demás y el arte popular siguen más que vivos, gracias palacio de las mascaras.
Ricardo Hernández, FES-Aragón-UNAM
Con una colección de aproximadamente 7 mil máscaras y abierta de las 11:00 a las 18:00 hrs., la Galería Eugenio, ubicada en la calle de Allende Nº 84, abre sus puertas gratuitamente a todo aquel visitante ávido de un lugar que estimule cada uno de sus sentidos, sin duda, una exposición plástica distinta a las demás.
Un viaje al palacio de las Máscaras
El día comienza muy temprano y después de meter las armas de batalla periodística a mi mochila, grabadora y cámara, emprendo el viaje. La ruta: la línea 2 del metro; mi destino: el Centro Histórico. El recorrido fue de nueve estaciones, partiendo de Portales a Allende, por fin se abren ante mí las calles céntricas de nuestra capital. Doblo a la izquierda en la calle de Allende, no hay tiempo que perder, la cita de hoy es diferente, mi cita es con la tradición y la magia, con el palacio de las máscaras.
Una que otra mala palabra me da la bienvenida a la zona de La Lagunilla, brava y pintoresca por tradición. Entre gente que se esfuerza y trabaja, puestos de tamales en cada esquina y rasgos de la pobreza característica de nuestros tiempos, se deja ver la entrada del palacio de las máscaras. La puerta es grande y vieja, da la impresión que en cualquier momento caerá víctima del peso de cada uno de los recuerdos que en ella viven desde el porfiriato.
Cordial como en todas mis visitas al bello lugar, me recibe Mario Badillo Sosa, quien, tras la muerte de su tío, Eugenio Sosa fundador del lugar, pasa a ser el encargado de la galería. Mario me platica que en exposición hay mascaras de toda la República mexicana, esencialmente del estado de Guerrero, de donde era oriundo su tío Eugenio. Gran parte de la colección son regalos que le gente del pueblo le hacía a don Eugenio en agradecimiento por la ayuda económica que éste daba a la dolida población guerrerense. Su fundador preocupado por la educación y el arte de su nación, siempre quiso que la entrada a la galería fuera gratuita como manera de fomentar la apreciación de nuestro arte popular mexicano, es por eso que hoy en día la entrada es totalmente libre.
Mario Badillo Sosa y Ricardo Hernández Valenzuela
La manutención económica del lugar se da gracias a la venta de las máscaras que oscilan entre los 500 y 10,000 pesos, ya que las máscaras están hechas de madera, hoja de plata y oro, sin dejar a un lado su valor artístico y cultural. Mario nos comentó: “es penoso que la mayoría de nuestros compradores sean extranjeros, el mexicano no aprecia su propio arte popular”. Le gustaría que el gobierno de la ciudad diera más difusión al lugar, así como espacios para llevar la exposición, agregó.
No es de extrañarse que artistas de la talla de Marcel Marceau, Diego Rivera, y Marilyn Monroe por mencionar a algunos de sus distinguidos visitantes, se hayan visto atrapados por un lugar en el que parece que el tiempo no ha pasado, en cada rincón se respira el México antiguo, cada pared y puerta se encuentran tal y como don Eugenio las dejó; el olor a humedad y el aspecto rústico que el tiempo ha dado a la edificación es el principal motor del cúmulo de sensaciones que en este lugar se viven.
La visita ha terminado y tras casi dos horas de charla y caminata con Mario, es tiempo de dejar el lugar que por un momento hace olvidar la realidad de un México que se ahoga en el mundo de los compromisos, de la cotidianidad, de la economía. Guardo mi cámara y grabadora, mis únicos testigos materiales, pero en mi mente llevo el recuerdo de que tras esa inmensa nube de humo gris, en México aún hay lugares en los que la educación, el sentimiento de ayudar a los demás y el arte popular siguen más que vivos, gracias palacio de las mascaras.
Ricardo Hernández, FES-Aragón-UNAM
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