miércoles, 4 de junio de 2008

Pirámides, divinidades y utopías



Bajo la supervisión de comisarios de ambos países, las 144 piezas de la civilización egipcia abarcan una temporalidad de aproximadamente 3 mil años, desde el Predinástico hasta la época Ptolemaica, abarcando 28 dinastías y diversos periodos. Por su parte, el acervo mexicano (con 191 obras mesoamericanas), incluye desde objetos olmecas que datan del 1,000 a.C., hasta mexicas del Posclásico Tardío (1,200/1,300-1,521 d.C).

Las colecciones que conforman el apartado de Egipto faraónico —dividido en 10 secciones— provienen de los museos de El Cairo y el Grecorromano de Alejandría; y de las zonas arqueológicas de Luxor, Karnak, Dendera y Aswan. Destacan las estatuas de dioses como Athor, Isis, Segmet, Horus y Anubis; una estatua de Ramsés II como Horus, un busto de Serapis, la tapa del sarcófago de la Dama Isis y la columna de Tutmosis IV, entre otros.

Mientras, la mitad del acervo mexicano que compone el sector dedicado al México prehispánico —integrado también por 10 temas— procede de distintas salas del Museo Nacional de Arte, y la parte restante de recintos del centro y sureste del país. Además cuenta con las aportaciones de diversos sitios fundamentales para la comprensión de Quetzalcóatl —en tanto deidad mesoamericana—, entre ellos Chichén Itzá y Tula.

Las piezas son de origen olmeca, maya, teotihuacano, tolteca, huasteco y mexica. Destacan obras recuperadas en hallazgos recientes, tal es el caso de diversos dinteles originarios de Chichén Itzá, en Yucatán, sometidos a una ardua labor de restauración. Se suman a la lista pórticos con figuras de atlantes, y representaciones de crótalos y caracoles, por citar algunos.

“A su vez fue necesario diseñar una propuesta de recorrido, lo más coherente posible para no perder la secuencia de la exposición. La sala de Culturas indígenas de México está en el interior del Museo Nacional de Antropología, razón por la cual debió trazarse una señalización oportuna para la visita que, sin lugar a dudas, será numerosa”.

En el marco de una museografía de vanguardia que es una alegoría de los conceptos comunes de la pirámide y del inframundo, Isis y la Serpiente Emplumada guarda un adecuado equilibrio en las proporciones al intercalar piezas delicadas y pequeñas con otras cuyas medidas varían entre los 2 y 3 metros de altura, objetos elaborados en materiales que van del alabastro y la obsidiana, al marfil y el oro.

“Es preciso señalar —abundó Miguel Ángel Fernández—, que tanto Isis como la deidad emplumada son dioses creadores y civilizadores a quienes se atribuye todo lo bueno y sabio. Quetzalcóatl, poeta americano, es el hacedor de milagros, gran mago como Isis. Si a esta última se le vincula con la estrella Sirio y con las inundaciones del Nilo, Quetzalcóatl se convertiría en el planeta Venus al inmolarse cuando llegó a la orilla de las aguas celestes.”

“Pero Isis y Quetzalcóatl tuvieron otra semejanza a su favor: sus respectivos cultos fueron los más longevos y lograron sobrevivir, durante un tiempo, incluso a las nuevas religiones de los conquistadores extranjeros. Vale la pena asomarnos a ambas concepciones del pasado: la egipcia y la mexicana. Después de todo fuimos países de pirámides, de divinidades y utopías creadas por mortales”.

Por Patricia Viruega, FES-Aragón-UNAM

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